No es lo mismo un verano sin ti
- Cynthia Alcalá
- 30 abr
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 2 may
Me volví a desvestir. Había pasado mucho tiempo desde entonces, y ya lo añoraba. Para mí, es uno de los ‘no negociables’.
Existimos por acá algunos cuantos locos que lo que más nos preocupa del invierno no es la sedosidad de las cobijas, el acomodo de las almohadas, los intercambios y sus guantes y bufandas, o los pijamas con diseños vistosos, sino la prisa porque aquello vuelva a la ‘comodidad’ de nuestra habitad en primavera.
Habemos algunos locos que esperamos, ansiosos, por una pizca de calor y unos dos pesitos más de rayos de sol.
Pero han vuelto.
Paradójicamente, pareciera, que este último invierno ha transcurrido con más prisa. Como si alguien le persiguiera. O peor aún, si como por, la energía de unos cuantos locos, se hubiese acelerado el calendario para pasarle sin permitirle el siempre sano derecho de descargarse y hacerse sentir ante la incomodidad de esos locos y aferrados.
Por alguna razón que, quizá los ambientalistas puedan explicarnos muy bien, el invierno pasó fugaz. No ha dejado, casi, ni huella.
Quizá es la percepción mediática, pero este año no aparecieron escenas repetidas de las nevadas en las serranías o los grandes abrigos de marcas diseñadas para una helada aventura en el ártico. Si lo hicieron, igualmente, fueron tan fugaces que, para pronto, se disiparon.
Y resulta nostálgico. Al menos para alguien que, con esa mínima pizca de cordura, ama las bondades del verano… pero que, a su vez, no está dispuesto a conformarse con un invierno tan apaciguado. Más que por su calar en los huesos, por lo que hay detrás: la posibilidad de que el calentamiento global nos está atosigando mientras nos señala desde hace tiempo.
Hoy fue el primer día, en muchos meses, en los que me volví a poner un short casual. No de esos deportivos que, forzosamente, se usan a diario para la práctica, sino de aquellos de tela de algodón, gruesos, para las ocasiones formales (claro está).
Las bermudas del tipo en tonalidades oscuras, en mezclilla y cualquiera de sus variedades, son de esos gustos que atesoro -no negociables-, por los que espero el verano, y por lo que, reencontrarnos, es siempre, un simbolismo que anuncia que los buenos momentos están doblando la esquina.
Pero, este año, me ha sido difícil asumirle. Sí, nos hemos vestido de nuevo (o quizá ‘desvestido’, sea mejor dicho), pero ahora, me han preocupado otras cosas.
¿Por qué el invierno ha pasado tan rápido? O bien, al entendimiento de un ambientalista; ¿Habrá sido bueno o malo, ese paso tan fugaz y tan poco ‘radical’ para con sus temperaturas?
El invierno que concluirá pronto, sirvió para hablar de incendios. Cosa más rara. O sirvió para gestar sucesiones presidenciales sin muchos ‘trapos elegantes’ por encima. Incluso, en el deporte, se vio el ‘ovoide’ pocas veces en condiciones de nevado. Para pronto: este inverno no se sintió como un invierno ‘normal’ y muchos ya nos hemos ‘desvestido’, aunque pareciera temprano.
Por eso, ahora, que hemos vuelto a la osadía del uso de bermudas durante un domingo por la tarde mientras se reflejan los últimos rayos del sol, vasta tomar un rato para meditar: no puede haber una entrada triunfal de la primavera sin antes haber tintineado los dientes de forma suficiente como para merecerle.


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